Recibí, de un muy estimado amigo, un obsequio. El libro “The Great Influenza” que describe la historia de la más mortífera pandemia de la historia. Esta obra se encuentra en el primer lugar de “BestSellers” en Nueva York. Es un libro extraordinario.
En la contraportada podemos leer lo siguiente: “En el invierno de 1918, durante el pico de hostilidades de la Primera Guerra mundial surgió el más letal virus de influenza conocido en la historia en un campo de entrenamiento militar en Kansas, que naturalmente se desplazó junto con las tropas del ejército norteamericano.
Mató a más de cien millones de personas en todo el mundo. Mató a más gente en veinticuatro semanas que el SIDA ha matado en veinticuatro años, y más en un año que la Plaga Negra mató en cien años. Sin embargo, esto no se dio en la Edad Media sino en 1918, el inicio del siglo veinte, y representó la primera colisión entre la ciencia médica moderna y una gran y devastadora epidemia.
Este libro relata con enorme amplitud y perspectiva, a partir de un detallado trabajo de investigación, a los personajes cruciales yendo desde William Welch, fundador de la Escuela de medicina Johns Hopkins, a John D. Rockefeller, notable empresario y filántropo, y Woodrow Wilson, presidente de los Estados Unidos entre 1913 y 1921. Es una historia de triunfo en medio de una devastadora tragedia”.
Sin embargo, parte fundamental de este libro es también la detallada descripción del nacimiento de instituciones académicas y de investigación de primer nivel en Estados Unidos, un país que en ciencia médica a finales del siglo diecinueve se encontraba más allá del tercer mundo, sin exagerar, más cerca del medievo que del mundo moderno.
Esto inevitablemente me trajo a la mente los esfuerzos que se han hecho por desarrollar la ciencia de México -en particular las ciencias exactas- siguiendo los patrones que fueron ya recorridos Estados Unidos un siglo antes que en México.
Es decir, en este libro se describe la fundación de instituciones científicas de primer nivel a partir de 1880 en Estados Unidos, mientras que a mí me tocó vivir algo muy semejante en México cien años después, a partir de 1980. Los paralelos son muchos, ojalá que los resultados también.
La Universidad Johns Hopkins, como ninguna otra institución educativa de su tiempo en Estados Unidos, buscó no rivalizar con Yale o Harvard, que en esa época no eran realmente ningún ejemplo notable, sino competir con las mejores universidades europeas, en particular con las alemanas. A principios del siglo diecinueve la ciencia médica en Estados Unidos estaba dominada por las enseñanzas de Hipócrates y Galeno.
La teoría humoral fue el punto de vista más común del funcionamiento del cuerpo humano entre los médicos o curanderos europeos hasta la llegada de la medicina moderna a mediados del siglo XIX. Esta teoría mantiene que el cuerpo humano está compuesto de cuatro sustancias básicas, llamadas humores, cuyo equilibrio indica el estado de salud de la persona. Así, todas las enfermedades y discapacidades resultarían de un exceso o un déficit de alguno de estos cuatro humores identificados como “bilis negra”, “bilis amarilla”, “flema” y “sangre”.
Los métodos de curación incluían, por tanto: sudar, orinar, defecar, vomitar y el sangrado. Mientras que a partir de 1800 en Europa los avances médicos incluían el uso del estetoscopio, el langiroscopio, el oftalmoscopio, el microscopio y las medidas de temperatura corporal y presión arterial, y en 1843 se crea el campo de la patología celular basada en la idea de que las enfermedades se inician a nivel celular, en Estados Unidos las legislaciones estatales no requerían, en muchos estados, el uso de licencias para ejercer la profesión médica y a los estudiantes de las escuelas de medicina americanas no se les requería ni ver pacientes ni realizar autopsias.
En 1870 en Harvard un estudiante de medicina podía reprobar cuatro de un total de nueve cursos y aún así obtener el grado de Médico. Por otra parte, las escuelas de medicina no realizaban investigación ni tenían ninguna vinculación con hospitales. En 1870 un profesor de patología anatómica de Harvard confesaba que no sabía cómo usar un microscopio.
En 1873 muere Johns Hopkins dejando una fortuna de 3.5 millones de dólares para la fundación de una universidad y un hospital. En ese momento fue la más grande donación para una universidad en Estados Unidos.
Como se ha dicho, los fundadores de la universidad usaron como modelo a las más famosas universidades alemanas, se abrió en 1876 y la escuela de medicina en 1893. Iniciaron contratando a los mejores especialistas europeos, exigiendo como requisito de ingreso un título (College) con estudios de ciencias, así como ser fluente en francés y alemán. Una de las más importantes contribuciones iniciales fue la creación de una biblioteca moderna.
Entre 1870 y 1914, quince mil estudiantes de medicina norteamericanos realizaron estudios en Alemania, Austria y Francia. Al regresar a Estados Unidos muchos encontraron, a diferencia de las instituciones europeas, universidades sin laboratorios, ni microscopios ni ningún tipo de instrumentos. Uno de los primeros triunfos médicos norteamericanos en la escena mundial se dio en 1883 por el Dr. Welch durante la epidemia de cólera en Egipto.
Francia envió a protegidos de Pasteur y Alemania envió a Koch. En 1881 el Dr. Sternberg en Estados Unidos fue el primer científico en aislar el bacilo del neumococo adelantándose a Pasteur en Francia y a Koch en Alemania. Para 1913 los europeos reconocían que los Estados Unidos estaban a la par o arriba de sus colegas europeos. Hopkins transformó el sistema médico educativo en Estados Unidos imponiendo muy altos niveles de exigencia.
Solo hasta 1901 Harvard, Pensilvania y Columbia tomaron este mismo camino. En 1904 la Asociación Médica Americana (AMA) elaboró un reporte confidencial sobre el estado de las 162 escuelas de medicina de Estados Unidos y Canadá (más de la mitad del mundo). Se encontraron casos dramáticos como el de una escuela que graduó a 105 doctores que nunca habían realizado ningún trabajo de laboratorio, disectado un cadáver o atendido a un paciente, pues eso no se requería para graduarse.
El reporte, conocido como “Reporte Flexner” se hizo público, así como la recomendación de cerrar 120 de las escuelas de medicina. A partir de entonces se creó una clasificación en la que las escuelas “Clase A” son reconocidas como “satisfactorias”, las “Clase B” como “corregibles” y las “Clase C” como aquellas que “requieren una total reorganización”.
Esta exigencia científica y académica es la que preparó a los cuadros médicos que se enfrentarían a uno de los mayores retos de la humanidad, la pandemia de gripa española de 1918.
Actualmente la Escuela de Medicina de la Universidad Johns Hopkins se ostenta como una de las más reconocidas del mundo, los 38 premios Nobel en fisiología, medicina y química salidos de esta institución avalan esta afirmación.
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