Muchos pueden sentir que ‘Dios no les responde sus oraciones’. Y cuando perciben eso, se dejan invadir de una fuerte dosis de incredulidad. Cuestionan el hecho de que sus problemas no se les solucionan, a pesar de que elevan plegarias al cielo con una profunda fe.
Es obvio que la mejor respuesta que queremos escuchar del Creador es un rotundo “sí” a todo lo que le solicitemos. No hay nada más motivador para nuestra fe que el ver cómo el Señor ‘mueve montañas’ para darnos lo que vemos como imposible.
Sin embargo, un “no” como respuesta también hace parte de las opciones. En ese caso, nos corresponde aceptar el hecho de que Dios nos dé una negativa, no porque Él no nos quiera ayudar o porque sea indiferente, sino porque tal vez lo que le invocamos no es bueno para nosotros.
También hay que tener en cuenta que las respuestas a nuestras oraciones se dan en el tiempo de Dios, no en el de nosotros.
Se podría decir que algunas cosas que le pedimos pueden ser ‘buenas’, pero tal vez no lo sean en el momento en el que las deseamos. Por eso, si Él considera que la bendición de mañana no es una bendición para hoy, nos la aplazará hasta tanto estemos preparados para recibirla.
La verdad es que cada quien puede encontrar la interpretación que quiera sobre este asunto. Yo me quedo con la explicación que me dio hace algún tiempo un profesor de mi colegio, el Salesiano, cuando creía que no ‘lograba’ nada al orar.
Mi tutor me dijo que yo debía orar, no para que Dios me solucionara mis problemas sino para que me diera la fuerza, la sabiduría y la mayor serenidad posible para afrontar cualquier problema.
¡Y es así! Dios estará más que dispuesto a escuchar nuestras oraciones si, en lugar de pedirle resultados inmediatos le invocamos su Bendición para encontrar el camino a seguir ante cada dificultad.
Antes que quedarnos con los brazos cruzados esperando que todo se nos solucione, debemos enfrentar la circunstancia por la que estemos pasando; es decir, es fundamental buscarle una salida más práctica y útil, que estar amargados porque supuestamente “nada nos sale”.
Por más creyentes que seamos, eso no quiere decir que seamos inmunes a las situaciones difíciles; dicho de otra forma, rezar todos los días no es una garantía para que nada ‘malo’ nos ocurra.
La oración no funciona como un ‘trueque’, ni responde a la ecuación: rezar = solución al problema.
Además, muchos suelen hacer parte del grupo de personas que oran solo cuando se encuentran en una situación complicada. Resulta muy ‘cómodo’ quedarse en rezar solo para que se les resuelva cualquier asunto que les atormente.
Orar es una comunicación con Dios, es como una especie de bálsamo que nos llena de fe. La plegaria, tal y como lo refería el sacerdote de mi colegio, nos servirá para llenarnos de valor a la hora de enfrentar los problemas y, por ende, hará que veamos la situación de otra forma.
A partir de nuestra propia experiencia espiritual, incluso en la misma oración, debemos encontrar el significado de lo que estamos viviendo y solucionarlo con nuestras propias manos.
¡Es hora de asumir lo que nos pasa! Es responsabilidad nuestra ‘poner los pies sobre la tierra’ y buscarle una salida lógica a eso que tanto nos atormenta.
Cuando nosotros mismos superemos los obstáculos nos daremos cuenta de que tenemos el poder para sobreponernos a las adversidades y que la Bendición de Dios siempre está ahí; solo es cuestión de entender sus designios.
* Dicen que los ángeles le envían señales para decirle que están a su lado. Tales pistas pueden ser notas musicales, recuerdos, cambios de temperatura e incluso destellos de luz.
* Tarde o temprano usted entiende el ‘porqué’ de eso que hoy está viviendo.
* Aunque no siempre recibirá lo que dé, procure dar lo que le nazca a su corazón.
* Todo sucederá de repente y agradecerá no haberse rendido. ¡Confíe en que lo bueno llegará!
* No se preocupe por las personas de su pasado; hay una razón por la que no llegaron a su futuro.
* Así como alimentamos nuestros cuerpos con nutrientes y nuestras mentes con conocimientos, también necesitamos alimentar nuestras almas con esperanzas, fe y optimismo. Nuestro mundo interior requiere de belleza, amor y conexión para crecer y, en ese sentido, el mejor camino es la espiritualidad.
* La forma como vivimos el ‘día a día’ dice más sobre nuestra experiencia espiritual, que nuestras acciones religiosas.
¡CUÉNTENOS SU CASO!
Las angustias asaltan con relativa frecuencia a nuestro estado de ánimo y nos despiertan muchas inquietudes. No obstante, con cada cuestionamiento tenemos la posibilidad de razonar y aplicar sanas estrategias para curar el alma. ¿Cuáles son esos temores que lo afectan en la actualidad? Háblenos de ellos para reflexionar al respecto. Envíe su testimonio a Euclides Kilô Ardila al siguiente correo: eardila@vanguardia.com En esta columna, él mismo le responderá su inquietud. Veamos el caso de hoy:
Testimonio: “Afronto la peor prueba de mi vida: mi esposo se suicidó hace un año y no he sido capaz de asimilar ese fatal episodio. Todos los días me levanto y pienso que tal vez pude haber realizado algo para evitar ese desenlace. Me siento impotente y hasta me gustaría poder hablarle, donde quiera que él esté, para preguntarle en qué pude fallar para que tomara semejante camino. Lo busco en mis sueños, pero no logro hacer contacto con él. ¡Siento rabia! A veces creo que mi esposo no me quería de verdad porque, en últimas, optó por dejarme sola. He vivido desesperada y quisiera encontrar algunas palabras que alivien mi alma. Espero que me pueda ayudar. Gracias”.
Respuesta: Lamento la situación por la que está pasando y permítame acompañarla en su pena. La muerte es un fenómeno natural que duele; sin embargo, cuando el que nos deja lo hace por la vía del suicidio, causa un vacío mayor y prolongado que, obviamente, puede desencadenar en muchas situaciones al interior de cada ser humano. Es una muerte para la que no estaba preparada y, por ende, entiendo que se mezclen en usted emociones contradictorias.
Es relativamente normal sentir rabia y desesperación porque ya no poder hablar con él o entender el ‘porqué’ de esa salida tan trágica. Pero no tiene caso darle vueltas a esa idea de buscarlo en sueños, pues eso no la aliviará.
Y aunque usted no relata en su carta cuál era la situación que vivía en ese momento con él, no debe insistir en pensar que supuestamente no hizo algo por prevenir su muerte, so pena de remover su herida.
Yo sé que, tratándose de su pareja, ese suicidio de alguna forma activó la percepción de abandono en usted, que era quien estaba a su alrededor. Si así lo ha vivido, déjeme decirle que eso no quiere decir que su esposo no la quisiera; es más, en la mayoría de ocasiones las personas que se suicidan aman profundamente a sus parejas.
Percibo que debe tomarse el debido tiempo para asimilar la situación, pero también debe liberarse y tratar de mirar la vida con más esperanza.
Considero que está en mora permitirle al recuerdo de él descansar; es decir, déjelo ir. Usted no sabrá con exactitud qué fue lo que lo llevó a tomar esa decisión, pero debe convertir esa incertidumbre en una ‘cuota de generosidad’ que le permita perdonarlo, honrar su memoria y no cuestionar su proceder.
No se pregunte más ‘por qué me dejó’, ‘por qué me hizo eso’ o ‘por qué no habló a tiempo…’
Pídale a Dios que los acompañe, tanto al alma de él como a usted misma. Refúgiese en su fe y teniendo presente que el Señor es misericordioso y le dará fortaleza y sabiduría.
Una importante precisión: yo sé que el duelo en estos casos se complica. Así las cosas, me parece prudente decirle que si es necesario acuda a un profesional de la sicología para que le realice una evaluación y le valore la necesidad de recibir tratamiento. Él sabrá plantearle terapias válidas que le aliviarán el paso por esta etapa tan complicada para su vida.
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