Aquellos que eligen cursar una carrera relacionada con las ciencias biomédicas asumen que, en algún momento durante sus estudios, realizarán prácticas dañinas en animales con la intención aparentemente noble de adquirir conocimiento. En fechas recientes se escucha una querella de profesores y estudiantes contra activistas, protectores, animalistas o ligas por la defensa de los animales, porque estos últimos se han entrometido en las decisiones académicas y han logrado evitar el uso de animales en dichas prácticas; los afectados exigen a las autoridades no dejarse influir por estos grupos “que, ignorantes de la necesidad de practicar con animales, perjudicarán la formación de los futuros profesionales”.
Pero no se trata de una decisión motu proprio de estudiantes, profesores, directores o sociedades protectoras: ya ha sido establecido en la normatividad, cuyo inclumplimiento es sancionable. La Ley de Protección de los Animales del Distrito Federal, en su artículo 47, señala que las prácticas y/o experimentos en cuestión sólo se realizarán con animales cuando no puedan ser sustituidos por otras alternativas (esquemas, dibujos, fotografías, películas, videocintas, materiales biológicos u otra opción análoga). Además, explicita que todos éstos deben ser aprobados por los comités de Bioética institucionales, en apego con la normatividad oficial mexicana (art 4.2.2 de la NOM-062-ZOO-1999). Para completar esto, en el artículo 13 B de la Constitución Política de la Ciudad de México (CdMx) los animales son reconocidos como seres sintientes y, por lo tanto, sujetos de consideración moral que deben recibir un trato digno. Todos los residentes de la CdMx (en este caso en particular, docentes y autoridades educativas) deben procurar y garantizar su protección, bienestar y trato digno y respetuoso, fomentando una cultura de cuidado. Por lo tanto, los animales ya no pueden ser vistos ni tratados como meros “objetos” o “material biológico”.
Cuando se convence u obliga a los estudiantes a realizar prácticas lesivas, se pasa por alto la máxima filosófica de la medicina humanística primum non nocere (ante todo no dañar), lo que a su vez genera que éstos normalicen la violencia y se conviertan en profesionistas insensibles al dolor que provocan. Pareciera que tal insensibilización se defiende como un valor —cuando más bien se trata de un antivalor— en el que el daño intencionado no se ve como un conflicto moral. En palabras de Birke y cols. 1:
“[…] están aprendiendo mucho más que anatomía y técnicas apropiadas, están aprendiendo sutilmente las creencias subyacentes en las ciencias, que condonan el despiece literal del cuerpo que es diseccionado. Los jóvenes estudiantes están confrontando algo que tienden a encontrar moralmente repugnante en una edad en la que están desarrollando su sentido de identidad y su carácter moral; sin embargo, todavía no son capaces de resistir a las figuras de autoridad”.
Pero también los estudiantes son protegidos por el artículo 46 de la Ley de Protección de los Animales del Distrito Federal, el cual subraya que “ningún alumno podrá ser obligado a experimentar con animales contra su voluntad”, asegurando que no haya represalias contra ellos, y conmina al profesor a proporcionar otro método de evaluación o el uso de alternativas más éticas para otorgar una calificación aprobatoria.
En la enseñanza se puede recurrir a múltiples opciones: modelos computacionales, cadáveres obtenidos de fuentes éticas (por muerte natural, que hayan sido donados por sus responsables), simuladores en computadora, órganos o cadáveres plastinados, maniquíes o dummies, incluso realidad aumentada. Estos reemplazos no sólo evitan dañar animales: se ha demostrado que a largo plazo se vuelven económicamente más accesibles e igual de efectivas para el proceso educativo. Los docentes pueden encontrar múltiples bases de datos de alternativas generadas por organizaciones internacionales, como Animalearn: Humane Science Education, NORINA: Norwegian Inventory of alternatives o el repositorio del Instituto Johns Hopkins, por mencionar algunos ejemplos. Considerando esa amplia gama de material educativo disponible, podemos defender que cualquier universidad o institución que quiera obtener reconocimiento internacional con altos estándares científicos y éticos debería valerse de ellos.
Tomando en cuenta todo lo expuesto, únicamente se podría justificar una práctica con animales cuando se conjunten las siguientes condiciones: que sean imprescindibles y contribuyan sustancialmente a las competencias del profesional; que el conocimiento no pueda adquirirse por otro medio (en consonancia con la legislación vigente en nuestro país); y que ocurra sólo cuando los estudiantes demuestren poseer el dominio de los conocimientos teóricos, así como el interés y la habilidad necesarios para trabajar con un animal.
Tales condiciones pueden cumplirse cuando se practica en casos clínicos reales. Entre tanto, al participar en campañas de bienestar animal, de esterilización, vacunación o desparasitación, para diagnosticar y aplicar tratamientos médicos o quirúrgicos en animales enfermos, curar y suturar animales heridos o administrar la eutanasia en animales con padecimientos incurables (procedimientos que siempre deben realizarse bajo la supervisión y guía de un clínico docente), los jóvenes pueden aprender y a la vez beneficiar a un paciente. De manera similar, en vez de utilizar animales criados en bioterios o, peor aún, comprados en mercados —donde están en malas condiciones y no hay certeza sobre cómo fueron obtenidos— para matarlos al final de la práctica, se podría recurrir por ejemplo a animales rescatados por sociedades protectoras y refugios, o a pacientes en hospitales de enseñanza o consultorios, a los que se les puede hacer un seguimiento. Esto además aportaría un valor social a la comunidad.
Defender y exigir la continuación de prácticas con animales significaría un retroceso, en contraste con los importantes avances consolidados en nuestro país. Por lo tanto, hacemos una invitación a los académicos y estudiantes que se están formando dentro de las ciencias biomédicas a informarse respecto al tema, y a colaborar en la creación de prácticas alternativas que garanticen el bienestar animal. Tenemos en nuestras manos las vidas de animales con quienes debemos actuar con responsabilidad, respeto y empatía.
* Elizabeth Téllez es médica veterinaria zootecnista, maestra en Ciencias por la Facultad de Medicina Veterinaria y Zootecnia (FMVZ) y doctora en Bioética, todo por la UNAM. Desde hace 10 años es profesora de asignatura del Seminario de Bioética en la FMVZ y actualmente es responsable de Difusión Cultural en el Programa Universitario de Bioética (PUB). Sofía Ortega es estudiante de la Licenciatura en Desarrollo y Gestión Interculturales de la Facultad de Filosofía y Letras y, actualmente, prestadora de Servicio Social en el PUB.
Las opiniones publicadas en este blog son responsabilidad únicamente de sus autores. No expresan una opinión de consenso de los seminarios ni tampoco una posición institucional del PUB-UNAM. Todo comentario, réplica o crítica es bienvenido.
1 Birke et al. 2007, The sacrifice. How scientific experiments transform animals and people. Indiana: Purdue University Press.
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