La vida nos sitúa encrucijadas que nos hacen rebuscar entre los innumerables porqués, y el Dr. Javier Alejandro Oquendo Álvarez hubiese deseado que los recuerdos se detuvieran en el último día de 2020, cuando compartía el término del año con sus seres queridos.
Después, la película —léase realidad— se tornó oscura, debido a que en la madrugada del primero de enero comenzó a experimentar un malestar general y el termómetro marcaba los 38 oC.
Luego vino la tos seca e intensa, fue perdiendo el gusto y el olfato, a la vez que no faltaron trastornos gastrointestinales. Nada más evidente para un médico que presentir la llegada de una clásica COVID-19 como aparece descrita en la literatura.
Por todo ello decidió aislarse de la familia. Debía entrar a trabajar el 4 de enero con la guardia correspondiente en el hospital universitario clínico-quirúrgico Arnaldo Milián Castro, pero asistió de inmediato a la consulta de afecciones respiratorias establecidas en los centros de Salud.
Comenzaron las investigaciones, los procederes necesarios, hasta el primer PCR realizado en casa. Lo que imaginaba el joven galeno se convirtió en hecho fehaciente. Fue diagnosticado con el SAR-CoV-2.
«No quiero recordar ese momento. En fracciones de segundos se me paralizó el mundo. Un torbellino de ideas en medio de preocupaciones por los demás, por mi familia, con la que compartí días antes. Temía por mis abuelos, vulnerables por la edad; mis primos, mis padres queridos y por esa hermanita que ha sido uno de los mejores regalos que ha llegado a mi vida; en fin, caí en shock».
La ambulancia, los vecinos, la sala
Las horas parecían interminables hasta el arribo de la ambulancia a fin de trasladarlo al hospital oncológico universitario Dr. Celestino Hernández Robau, habilitado también para el tratamiento de la enfermedad. Los vecinos, en sus puertas en gesto de apoyo, y la llegada a una sala de la institución hospitalaria completamente vacía porque Javier resultaba el primer paciente en ocuparla en el actual rebrote.
«Era ver la otra cara de mi mundo en posición diferente: la de un médico devenido paciente», confiesa.
Allí lo recibió el personal de Salud bajo estrictas medidas de protección, tuvo excelente atención, pero las jornadas pasaban a cuentagotas, parecía que no avanzaban, hasta el 16 de enero, en que correspondió la segunda prueba, que decidía el alta o la permanencia en el centro asistencial.
«Ese día se realizó el segundo PCR y dio el resultado que yo esperaba, en medio de una sensación como que te vuelve el alma al cuerpo, luego de un fuerte tratamiento que deriva diversas reacciones. Y la alegría de retornar a la casa, asearte en tu baño, dormir en tu cama. ¿Quieres algo más gratificante?».
Revisaba una y otra vez el documento de egreso. Ya no tenía el virus. Sintió en ese momento acumular la mayor fortuna del universo. El ómnibus lo trasladó hasta el hogar, mientras su hermanita Carolina, de solo cinco años, sentía el deseo de expresarle todo su amor, lo que se vio obstaculizado hasta después del aseo total.
«Al llegar experimentas una sensación que te recorre el cuerpo, y no encuentras palabras para describir la emoción. Aquellos vecinos que nos despidieron me esperaban con esos aplausos que también me tributaron luego de trabajar en un período anterior en la zona roja del hospital militar Comandante Manuel Fajardo Rivero, por espacio de 15 días y cumplimentar la etapa de aislamiento.
«Fui directo al baño y al salir empezamos a querernos mucho más, abrazaba a mi hermanita, veía a mi padre, Amaury, en tanto las lágrimas de mi mamá, Katia, se hacían notar, y las mías también, ¿por qué no? Han sido los momentos más difíciles en mis 25 años, sin dormir durante esas noches de ingreso en espera de conocer la verdad. Aunque quieras olvidarlo o disimular resulta imposible, incluso no es comparable a cuando te enfrentas a un enfermo en la zona roja… Miro atrás y puedo decir que fue bastante duro».
Luego del certificado por 14 días emitido en el área de Salud y con la vigilancia epidemiológica establecida, a través del médico y la enfermera de la familia mediante sus visitas diarias, asistió a la consulta multidisciplinaria de su policlínico para valorar la reincorporación al trabajo en el servicio de Urología del mayor complejo asistencial de la provincia.
«Al principio, prevalece el cansancio debido a la actividad física cotidiana, pero por suerte te vas recuperando, paulatinamente, incluso hasta de ciertas secuelas respiratorias».
—¿Cómo es posible que siendo un médico cumplidor de todos los protocolos te hayas contagiado con la epidemia?
—Esa pregunta me la hago a diario. Pudiera ser a partir del factor de riesgo epidemiológico derivado de las guardias o por algún paciente asintomático que haya atendido en el transcurso de mi labor. Lo real es que ocurrió y ando todavía en la búsqueda de la causa.
El otro Javier
¿Quién es este joven ejemplar? Alguien que se graduó con Título de Oro en la Universidad Médica villaclareña en julio de 2020, figuró entre los 13 alumnos integrales y ya en octubre formó parte de los primeros grupos de su hospital, Arnaldo Milián Castro, abanderados para reforzar la atención a pacientes de la COVID-19 en el «Comandante Manuel Fajardo Rivero».
Integrante del movimiento de vanguardia Mario Muñoz Monroy para quienes se destacan de manera integral en las ciencias médicas y, en la actualidad, inmerso en un proyecto de tesis aspirando a un curso predoctoral.
Se declara el primer Oquendo que es médico en la familia, porque no existen antecedentes, y quien desde pequeño se inclinó por la rama, aunque estuvo a punto de desviar su curso por cierto embullo estudiantil.
«Casi al terminar mis estudios en el Instituto Preuniversitario Vocacional de Ciencias Exactas Ernesto Guevara, y antes de llenar la boleta para la selección de las carreras, tuve la idea de optar por las telecomunicaciones o la física nuclear. A pesar de la disyuntiva, al final primó la medicina, porque, sin duda, era mi vocación y no me veía en el desempeño de otra profesión».
De la familia considera que ha sido su base de apoyo, la fuente de crecimiento personal y espiritual, la que siempre ha estado y estará por muchos años apoyándolo y aconsejándolo en las decisiones y ante algún traspié que pudiera aparecer en el camino. Una convivencia en extremo armoniosa, y quizás por ello, mamá Katia le siga diciendo «mi niño», pues para ella siempre lo será.
A pesar de su juventud, reconoce que la COVID-19 no es juego. Tiene la vivencia propia, por ello insiste en la autorresponsabilidad de cada persona y su conciencia. «Yo desearía que mi experiencia fuera interiorizada, que piensen en los suyos y su entorno, porque no resulta fácil una hospitalización en la que, prácticamente, el reloj no avanza.
«Basta solo con ver las estadísticas del mundo y en el país para comprender lo que es una enfermedad que mata y merece respeto por el grado de contagio en su transmisión a través de las vías respiratorias; por eso debemos cumplir con el distanciamiento social, el uso del nasobuco y de las sustancias antisépticas, evitar las visitas innecesarias a las casas y las salidas indebidas a la calle. Vamos a mantener el precepto de cuidarnos y cuidar a los demás».
Javier Oquendo ama la vida familiar, agradece mucho el apoyo que le dieron sus amigos para lograr la recuperación y por esa constancia de estar pendiente de cada detalle evolutivo. «Si pudiera dibujar ese día en que toda esta epidemia finalice, lo imaginaría como una fiesta espiritual convertida en una jornada de vivos colores, ya no nos levantaríamos a diario con la incertidumbre del reporte de casos, y seríamos, como dice la canción: “Mucho más que dos”, para reunirnos con todos aquellos que hoy se encuentran alejados por cuenta de una pandemia abismal e inhumana. Ya llegará ese momento como regalo de toda esa existencia que tienes por delante».
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