En el Medio Oriente, durante el siglo VIII, una secta militar chiíta (nizairíes), adictos al extracto del cáñamo índico (hachís), fueron llamados ‘hassisin’, por matar por encargo, sin miedo, y frente a sus escoltas, a los jerarcas de esa época; en Occidente, tal designación se transformó en “asesino”; utilizado por primera vez en la crónica medieval por Mateo de París, 1259, como calificativo para quien quita la vida a otro ser humano; y por Shakespeare, en Macbeth, 1605.
Tanto el hachís, como la marihuana, son parte de la misma planta, (cannabis sativa). La principal diferencia entre ambos es que el término marihuana describe las partes secas de la planta, principalmente las flores sin procesar, mientras que el hachís es una pasta de resina o savia de la planta que contiene una mayor concentración de sustancias químicas psicoactivas; las mismas que se utilizan hoy para la mal llamada marihuana medicinal, no tan inocente como se pretende.
Un cigarrillo de marihuana contiene aproximadamente 70% de THC, cannabinoides (tóxicos), y un 30% de cannabidioles (posibilidad terapéutica). Nuestro cuerpo tiene un sistema endocannabinoide, de ahí la afinidad por esta sustancia; cuya función es orientar las nuevas neuronas (neurogenesis), a su sitio de función (neuroplasticidad). El problema es que los cannabinoides exógenos debido a su estructura molecular dañan estos receptores, por lo que después los cannabinoides endógenos, no operan; así se pierde el beneficio que deberían producir.
El gobierno pasado legalizó por decreto la “marihuana”, planta cuyo consumo resulta altamente adictivo y dañino; pudiendo haber legalizado la fracción de cannabidioles, posiblemente efectivos para algunos trastornos; y ponerlos exclusivamente bajo prescripción médica, tal y como ocurre con los demás medicamentos controlados por causar dependencia, ejemplo: benzodiacepinas, derivados opioides, etc. Detrás de esta legalización hay grandes intereses financieros, un gran negocio multinacional, cuenta con fuerte marketing, y extrañamente con el silencio de la academia.
De hecho, el cannabis crudo o fumado, lejos de ser inofensivo y medicinal, es nocivo, neurotóxico y adictivo para el cerebro humano (Denis 2002), en especial cuando este se encuentra en desarrollo, durante la edad infanto-juvenil. Al margen de que, en la medicina moderna, ninguna sustancia fumada se considera medicamento (Silins Et al. 2014).
En el libro “Cannabis y Salud, del Mito a la Evidencia” de Mario Souza: “La sociedad contemporánea parece haber aceptado el consumismo en todas sus modalidades. Este versátil fenómeno, unido a la falsa idea tenida sobre el derecho individual, permite que se distorsione también el escenario de la salud individual y colectiva. Tal visión, que propugna el posible uso médico del Cannabis y sus derivados, pretende, asimismo, adoptar su uso lúdico, libre y sin control (Bulla Et al.2010; García Et al., 2010)”.
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