El dolor es tratado con frecuencia como un síntoma: algo anda mal. Pero cuando es crónico, porque ya se sabe lo que está mal y se lo está controlando, o porque el malestar se debe precisamente a ciertos tratamientos, se convierte en una enfermedad, por el profundo impacto que tiene en la vida de las personas, su estado físico y anímico y la calidad del sueño.
Por eso no puede manejarse a la ligera. En cualquier tipo de prescripción médica para el dolor se necesita hacer un ejercicio clínico responsable. Seleccionar adecuadamente al paciente y darle el tratamiento que requiere por el tiempo necesario; no todos van a responder al mismo proceso, dice la doctora Argelia Lara Solares, jefa de Medicina del Dolor y Paliativa del Instituto Nacional de Ciencias Médicas de México.
La Asociación Internacional para el Estudio del Dolor cambió la definición a una experiencia personal, sensorial y emocional desagradable, asociada con daño real o potencial. No hay dos personas que lo sientan igual. Es esencial, por tanto, respetar el relato de una persona sobre su dolor. Y también están las personas en los extremos de la vida: bebés, personas de mucha edad o en estados avanzados de enfermedad que no pueden hacer ese relato.
Escala de dolor con caras FPS-R de la Asociación Internacional para el Estudio del Dolor (IASP), para usar con niños.
“El dolor es una entidad de altísima prevalencia y una experiencia universal”, describe Lara. La forma más común es el dolor agudo, un mecanismo de alerta biológica (defensiva), de intensidad alta. Cuando persiste después de la curación, se puede convertir en la enfermedad llamada dolor crónico, que no tiene ninguna función conocida, “y puede durar meses, años o toda la vida, tardándose en recibir un diagnóstico y tratamiento correcto”, afirma Lara durante el Taller Latinoamericano de Dolor Crónico, organizado por Grünenthal Latinoamérica.
“A mucha gente le lleva de dos a tres años llegar a un especialista”, especifica el doctor Joao García, presidente de la Federación Latinoamericana de Asociaciones para el Estudio del Dolor. Él cita como barreras la falta de educación médica sobre el dolor y la individualización del tratamiento, el acceso limitado a analgésicos y a los expertos en dolor.
Esto aunque hay avances espectaculares en el tratamiento, asegura Lara. “Tenemos medicamentos 700 veces más potentes que la morfina, todo tipo de terapias, la tecnología para acompañarlo, y aun así seguimos con problemas en el manejo del dolor en todos los países”. Los médicos necesitan actualización constante para que esto cuente como una ventaja. “Según el tipo de estímulo doloroso, tenemos de dónde elegir. No todos los dolores responden a todos los analgésicos. Es un error que nos ha costado muy caro en medicina”. ¿Por dónde comenzar a enmendar? Por la educación médica en pregrado. Y dando voz a los pacientes para que ellos digan cuáles son sus prioridades.
Tenemos medicamentos 700 veces más potentes que la morfina, todo tipo de terapias, la tecnología para acompañarlo, y aún así seguimos con problemas en el manejo del dolor en todos los países.
Algeria Lara Solares
Desnormalizar el dolor y mejorar la respuesta
No es suficiente recordarles a las personas que el dolor es de esperarse tras una operación o a causa de un proceso degenerativo. “Ellos esperan una respuesta clínica”, asevera Lara; “es el siglo XXI, tenemos alternativas y debemos ponerlas en práctica”.
El dolor no puede aceptarse como normal, porque no viene solo. Lo acompañan la ansiedad y los trastornos del sueño. “El 65 % de los pacientes tiene problemas para dormir, el 54 % es menos capaz de hacer tareas cotidianas, 30 % tiene dificultad para mantener un estilo de vida independiente y 27 % tiene dificultades para relacionarse”, añade la experta.
Ante esto, continúa, los médicos necesitan cultivar nuevas habilidades en la relación médico-paciente. Esto empieza por hacer un buen diagnóstico del dolor, tratándolo como enfermedad. Estimar su duración: de un minuto a tres meses es dolor agudo; de ahí en adelante, es dolor crónico. También el tipo de síndrome: si es nociceptivo (musculoesquelético y visceral), si es neuropático (que afecta el sistema nervioso, el más común es la neuropatía diabética) o si es mixto, o si es nociplástico (no tiene lesiones estructurales detectables, es un problema de función). En su causa: si está o no relacionado con el cáncer. Su intensidad: de leve a insoportable.
El 65 % de los pacientes de dolor crónico tiene problemas para dormir, el 54 % es menos capaz de hacer tareas cotidianas, 30 % tiene dificultad para mantener un estilo de vida independiente y 27 % tiene dificultades para relacionarse.
Los desafíos: pocos datos, poco acompañamiento
Según estimaciones de años anteriores, el 27 % de la población mexicana tiene o tendrá alguna forma de dolor crónico. Esto es 31 % en Colombia y 28 % en Brasil. No hay datos suficientes en el caso de Ecuador y otros países latinoamericanos. “En nuestra región necesitamos datos epidemiológicos más sólidos”, reconoce García.
El médico menciona un estudio presencial en Brasil con 1.597 personas, en el que se observó una prevalencia de 42 % de dolor crónico; las zonas de dolor más frecuentes fueron la cabeza y los miembros inferiores. En otro sondeo, realizado por teléfono, esa cifra quedó en 39 %. “Esto es alarmante”, dice García. “Hay grandes problemas para la capacidad de trabajar y las actividades diarias”.
Por su parte, los profesionales de salud que tratan con el dolor a diario enfrentan sus propios problemas. El principal de ellos es la falta de un espacio de acompañamiento y acogida personal. “Nadie esperaba que esto (la pandemia) sucediera; por ende, un día, como si nada, los hospitales tuvieron que recibir miles de personas con síntomas difíciles y la mayoría con situaciones completamente inciertas”, rememora la psicóloga clínica María José Barredo. “Horas interminables de trabajo, tratar con familiares asustados, ambiente laboral tenso, mascarillas que queman la cara, miedo de no poder proteger a sus familias”.
El acompañamiento psicológico y emocional debería ser requisito estricto en todos los hospitales para que el personal pueda despojarse y liberar esa presión, dice Barredo, especializada en Atención Paliativa y Psicoterapia.
La capacitación del personal médico y hospitalario debería incluir pautas de comunicación asertiva, acompañamiento adecuado al dar malas noticias, pero también consulta psicológica regular para ellos, para que puedan hablar sobre los casos que les generan malestar a nivel emocional. “Los médicos y personal hospitalario son humanos, sin importar la profesión que hayan elegido”.
Esto permitirá que puedan hacer un acompañamiento asertivo hacia pacientes y familiares, “en vez de levantar una barrera para evitar afectarse por sus situaciones, enfermedades o historias”. (I)
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