Mientras ésta es la cruda realidad que se vive puertas adentro de los hospitales, fuera de esos muros la situación es muy diferente. Durante la noche y madrugada de este lunes, el hospital Cullen recibió ocho pacientes derivados por hechos policiales: cuatro heridos de arma de fuego, tres heridos de arma blanca, un agredido y una víctima de violencia de género.
Cada vez que reciben un llamado que les dice que más pacientes van camino al hospital, los responsables de Terapia Intensiva y de la Terapia Intermedia hacen cálculos. ¿Cuántos llegan?, ¿en qué estado de gravedad?, ¿cuántas son las camas libres?, ¿cuántos médicos hay disponibles para atenderlos?
La realidad se vive y se sufre minuto a minuto. Tanto es así, que esta semana efectivos del Ejército montarán un hospital de campaña en el predio del Liceo Militar, frente al Cullen. Se espera que cerca de 40 pacientes puedan ser alojados allí, pero estas carpas no permiten habilitar áreas de Terapia Intensiva.
Lo que más preocupa en estos momentos es la cantidad de médicos, enfermeras y personal de salud en general que se necesitan para asistir a tantos pacientes. Hasta ahora, cuando un médico del Cullen cruzaba la puerta del hospital rumbo a la calle, sabía que comenzaba su momento de descanso. Desde esta semana, la realidad será otra: en muchos casos, cuando abandonen el hospital será para cruzar Av. Freyre rumbo a la carpa instalada en el predio del Liceo, donde más enfermos los estarán aguardando.
Fuera de estos ámbitos donde minuto a minuto se pelea contra la muerte, la vida no parece reflejar grandes cambios. El pasado jueves por la noche, la Policía desarticuló una fiesta clandestina en un country de Santo Tomé. Un evento social con ciertas particularidades difíciles de aceptar: el dueño de casa y organizador de la fiesta es un funcionario del Poder Judicial y el motivo de la reunión fue que su hija se había recibido de médica.
Si un padre que integra la Justicia -encargada de velar por el cumplimiento de las leyes- y una hija que se preparó para salvar vidas deciden realizar una fiesta en medio de la crisis sanitaria la misma noche en que comenzaban a regir nuevas restricciones de circulación, qué se puede esperar del resto de la sociedad. El sábado por la noche, otro evento multitudinario fue desarticulado en country cercano de la misma zona.
A primera vista, quizá pueda parecer que el problema de las fiestas clandestinas sólo se produce sólo en estos barrios cerrados. Sin embargo, puede ser una apreciación errónea: cada lunes por la mañana, se multiplican en los programas de Aire de Santa Fe los mensajes de oyentes que hablan de eventos sociales multitudinarios en distintos barrios de la ciudad de Santa Fe y en el Gran Santa Fe.
Por lo general, los mismos oyentes aseguran que a pesar de los llamados al 911, la Policía pocas veces se hace presente. Quizá resulte más fácil o produzca un mayor golpe de efecto desarticular fiestas en barrios cerrados. Pero la verdad es que a la hora de propagarse, el virus no distingue en qué barrio viven los vecinos.
El protocolo al que nadie quiere llegar
Desde junio de 2020 existe en la Argentina un protocolo que indica una serie de criterios básicos para decidir a quién se debe priorizar a la hora de brindar atención sanitaria por coronavirus. Hasta el momento no fue necesario utilizarlo. Por ese motivo, estas disposiciones pasaron desapercibidas para el ciudadano común.
Sin embargo, esta segunda ola de coronavirus es evidentemente más grave y agresiva. Hasta el momento los responsables del sistema de Salud miran estas disposiciones de reojo. Nadie quiere verse obligado a aplicarlas, pero todos saben que las posibilidades de que esto suceda no están demasiado lejos.
Se trata de un protocolo elaborado por el Comité de Ética y Derecho Humanos en Pandemia (CEDHCovid19), creado en junio del año pasado, y básicamente plantea lo siguiente: «Se deben de asignar los recursos escasos a quienes tengan mayor posibilidad clínica de beneficiarse por recibirlos. Es decir, aquellas indicaciones basadas en la mejor evidencia científica disponible respecto: a la probabilidad de éxito, con una intervención médica determinada, en un paciente específico. Este será el principal indicador para la asignación de recursos críticos disponibles que debe regirse por la proporcionalidad terapéutica».
Es cierto que podrían existir mayores controles en la vía pública por parte del Estado. También es verdad que las discusiones sobre el coronavirus entre los máximos exponentes de la política nacional dejan demasiadas miserias al descubierto. Sin embargo, no existe alternativa posible de éxito en esta lucha, que no pase por la responsabilidad individual.
Las cartas parecen estar echadas y, a estas alturas de las circunstancias, nadie puede alegar ignorancia.
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