El intendente de Morón, Lucas Ghi, se hizo polémicamente conocido esta semana por un programa que él imagina como “protección al adicto a las drogas”, pero que todos quienes leyeron el instructivo que lo reseñaba interpretaron como una recomendación para que los jóvenes consuman “de la buena”.
De hecho, el municipio recomienda que, en caso de fumar “porro”, elegir “flores” y no “prensado”. Pero para los que quieren iniciarse en drogas más duras aconseja: “Andá de a poco y despacio. Tomá poquito, para ver cómo reacciona tu cuerpo”.
Incluso recomienda a los jóvenes que, si los detienen, exijan hablar con un abogado.
Hay dos datos de época dignos de ser tenidos en cuenta. Por una parte, la legitimación de la “marihuana terapéutica” ha funcionado como una legitimación de esta droga, de la que se resaltan sus virtudes y se descarta que sea, realmente, el paso iniciático hacia la drogadicción. No se entiende por qué, como a todas las drogas, no se legitima el cultivo y producción por los laboratorios y se celebra, en cambio, el cultivo hogareño.
Al mismo tiempo, la campaña de tránsito destinada a evitar los accidentes se sintetiza en una frase: “El alcohol al volante, mata”.
Ni qué hablar de las campañas contra el cigarrillo; está prohibido mostrar en los espectáculos, los actos públicos y las películas la exhibición de personas fumando. No se puede hacer publicidad de ninguna marca y, para que todo sea más contundente, en cada atado de cigarrillos hay mensajes brutales recordando los males (cáncer, afecciones pulmonares y cardíacas, impotencia, etc.) que sufren los fumadores.
Esta firmeza contrasta con la tibieza que expusieron el intendente Ghi, pero también la ministra Carla Vizzotti y el ministro de Seguridad bonaerense Sergio Berni, que los respaldaron.
La droga mata. Este es un dato de la realidad. No se enfrenta con represión policial, como proponía Berni en su gestión nacional, con espectaculares llegadas en helicóptero a Rosario, donde el narcotráfico se vuelve día a día más poderoso y sanguinario. En Rosario fracasó sin atenuantes Marcelo Sain, un politólogo enrolado al partido Nuevo Encuentro, al que pertenecen Martín Sabbatella, ex compañero de fórmula de Aníbal Fernández, y Ghi.
Cabe recordar que esa ciudad santafesina atraviesa una crisis implacable a manos del crimen organizado: ayer echaron al secretario de Seguridad provincial, Jorge Bortolozzi, por haber viajado al exterior en un momento “trágico para los rosarinos”.
Nuevo Encuentro es un partido con una orientación de la izquierda posmarxista, y su visión acerca de la drogadicción es bastante etérea. Lo que resulta sorprendente es la cercanía que mantiene con Aníbal Fernández -difícilmente identificable como de izquierda-, quien nombró sin hesitar a Sain en el ministerio nacional.
La droga mata. Y el paco, especialmente, destruye a generaciones de chicos nacidos en las amplias zonas de exclusión de la sociedad argentina.
En un reciente informe, la ONU consigna un preocupante aumento del consumo de drogas ilegales. “En 2017, por lo menos 585.000 personas habrían muerto, un incremento notable frente a los 450.000 que hubo en el 2015”. Indica que la producción de cocaína creció un 25% en un año. Y advierte que “la legalización del cannabis con fines recreativos ha permitido su auge”.
El criterio que expone el intendente Ghi propone mejorar las condiciones del consumo, para evitar daños mayores a los adictos.
Pero en los hechos, el daño es mayor porque por ese camino se culturaliza la adicción a las drogas. Se estimula, con o sin intención, el consumo y no se toma en cuenta que todas las estrategias, represivas o punitivas, o preventivas, vienen fracasando.
La lucha contra la droga requiere la reducción de la demanda y la persecución del crimen organizado. Ambas, no una sola. La primera, evidentemente es difícil. Las estrategias para resguardar al adicto chocan con una contradicción flagrante: el Estado no invierte en establecimientos que lo contengan y lo alojen con asistencia médica para que pueda sobrellevar la etapa de crisis de abstinencia.
La “declaración de guerra”, por otra parte, es un camuflaje: el mismo Sain explicó en una entrevista publicada por la revista Cultura Cannabis (2015) que, en los hechos, la política argentina acepta que la policía “regule” el narcotráfico, con la connivencia de los gobiernos.
Pero lo ocurrido en Morón, observado con benevolencia, es una muestra, por lo menos de claudicación. Y las estrategias de la lucha contra las adicciones no admiten la claudicación. Sostener que “la droga es un camino de ida” es una invitación directa a que el adicto baje los brazos. Dar consejos para comprar “de la buena” es un disparate.
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