Hay algo poético de escribir una columna de opinión el último día del año. Desagradablemente, el año 2020 es poesía fecal. Colectivamente hemos tenido un año de perros. Algunos peores que otros, pero es el primer año en la memoria reciente que el mundo universalmente sufrió y cómo lentamente hemos ido aceptando, la luz a final del túnel no está próxima, nos esperan meses de “2020” en 2021 y aunque podemos gozar la esperanza de una normalización eventual, aún no sabemos cómo se ve la vida post-COVID19 y qué obstáculos inesperados saldrán en el camino.
En 2020 nos dimos cuenta, que el humano es en verdad un animal social y que a pesar de que la tecnología remota nos agrega una dimensión diferente en donde vivir, no dejamos de necesitar vivir en el momento, experimentar el mundo con nuestros cinco sentidos y estar en contacto físico con otras personas. Para sobrevivir la pandemia todos tuvimos que mutarnos a nuestro avatar virtual en una circunstancia u otra, para reincorporarnos es crucial entender y atender las necesidades presenciales de nuestra especie, que han resultado tan esenciales como el sustento y el aire.
Quizás hemos eliminado por completo la necesidad de espacios permanentes de oficina en muchas industrias, reemplazado hábitos de comer en restaurantes y hacer comercio en persona; pero también hemos descubierto la ansiedad que se acumula después de semanas de no convivir con otras personas, la importancia de fugas al estrés cotidiano que nos presenta el conocer lugares nuevos, escuchar música en vivo, bailar, hacer ejercicio en grupo o ver y jugar deportes en vivo y la angustia de no poder estar en persona con seres queridos.
Nos quedan meses de lo mismo por delante y va a ser fácil llevarnos por la inercia de la cotidianeidad cuando salgamos de este túnel, pero sería tonto no aprender y adaptarnos después de lo que vivimos colectivamente en 2020.
En el siglo XXI la estabilidad política y avances médicos y tecnológicos nos han llevado a vivir en el futuro y la pandemia de 2020 nos debe dejar hambrientos de vivir más en el momento. Los mismos avances, acompañados de cambios sociodemográficos nos han alejado de la estructura familiar y fraternal que es un elemento fundamental de supervivencia humana, el año que cierra ha sido un despertar de la importancia que tienen las otras personas en nuestras vidas, una lección fácil de olvidar cuando superemos este momento. Finalmente, están las lecciones económicas, el mundo está sobreviviendo una crisis que nos exigía escoger entre salud y salud económica, a grandes escalas era matar a los menos afortunados por hambre o por COVID19, a nivel individual cada quién tuvo que enfrentar un gran reto y tomar decisiones difíciles que también nos deben mover las prioridades.
La recuperación va a traer grandes oportunidades en todas estas arenas, cuáles vamos a aprovechar, cuáles vamos a mantener y cuidar y cuáles serán temporales es la reflexión con la que cierro este pésimo año en el que el mayor alivio es saber que lo compartimos todos, una experiencia colectiva de aislamiento, un experimento con mucho que analizar.
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