El currículum básico de Sitges-Serra indica que es “catedrático de Cirugía de la Universidad Autónoma de Barcelona y fue jefe del Departamento de Cirugía del Hospital del Mar. Originalmente se especializó en cirugía general en el Hospital de Bellvitge para después ejercer en el Hospital del Mar, donde dirigió las primeras tesis doctorales y dinamizó la investigación clínica”.
Uno de los tramos que produjo más sobresalto entre sus colegas mendocinos fue cuando desaconsejó la batería continua de estudios preventivos como los de colon, mama o próstata, por considerarlos una exageración, para abogar, en su lugar, por fomentar hábitos saludables entre las personas.
Lo resume en una frase: “Se trata, sobre todo, de cambiar nuestro concepto de enfermedad y de salud”.
Sitges-Serra habló desde Soria, en el centro de España, bajo “una tormenta de nieve espectacular”, con el programa La Conversación de Radio Nihuil.
-¿Cómo ha sido este fin de año en España?
-Hay sido diferente a cualquier otra Navidad o cualquier otro fin de año que hayamos vivido hasta ahora: las calles vacías, los restoranes cerrados y las familias recogidas en casa, sin verse demasiado. Bueno… ¡es una pandemia! Una situación muy complicada. Y lo lógico es que la sociedad reaccione defendiéndose como bien puede.
-¿Y en materia de casos?
-Los números no son buenos. En España la pandemia sigue activa. La situación es muy preocupante. Hay algunas comunidades, como Cataluña, Madrid o Baleares, que la están pasando realmente mal. Y con esperanzas en la vacuna y de que esto amaine.
-Se percibe una cierta desconfianza respecto de las vacunas. En nuestro país las sospechas se centran, sobre todo, en la vacuna rusa, la Sputnik V. Usted ha estudiado el manejo que hacen los laboratorios. ¿Cuál es su opinión?
-Es un tema complicado y conflictivo. Ojalá los datos que tenemos hasta ahora se confirmen y las vacunas sean efectivas. Naturalmente, cuando las cosas se hacen de manera muy rápida, con una presión política como la que hemos tenido hasta ahora y con intereses comerciales muy poderosos, pues siempre hay un poco la sombra de la duda sobre si esto va a ir bien, de si el precio es demasiado caro, de si la distribución es equitativa. Son dudas muy difíciles de superar porque, además, algunas de las compañías protagonistas, como Pfizer, han sido de las más sancionadas por sobornos y distintos tipos de fraude.
-¿Entonces?
-Esperemos que se haya hecho todo bien porque sería una perfecta solución al problema. Pero entiendo que haya cierta suspicacia. Hay razones para ser cautos. Sobre todo, para ser cautos. El principio de precaución es siempre muy importante.
-¿Cuándo terminó su libro Si puede, no vaya al médico?
-En 2018 y salió en enero de 2020. Es un libro prepandemia, pero está destinado para todos los tiempos. Su contenido apunta a la crisis de la sanidad, la crisis de nuestros conceptos de salud y enfermedad. Son temas que van a trascender cualquier episodio sanitario que tengamos. De todos modos, es un libro, claro, que resulta interesante leerlo ahora porque muchas de las cosas que explica son más visibles que nunca.
-Sí, puesto que hay temas, allí, como la hipocondría social, el miedo a enfermarse, la presión de los medios y de los laboratorios, etcétera, que se han potenciado en estos tiempos de coronavirus.
-Desde luego. Uno de los temas que dejo muy en claro es la hiperfrecuentación médica. No hay duda de que en los primeros compases de la epidemia, por lo menos aquí en España, muchos contagios se produjeron en las salas de espera de los hospitales. La gente, asustada y con miedo, acudió en masa y allí se contaminaron miles de personas.
-Pero no solo allí estuvo el problema…
-El otro gran grupo que se contaminó tiene relación también con nuestra forma de manejar la enfermedad y a la gente anciana. La mitad de los muertos en España se han producido en las residencias. Los dos temas, por lo tanto, tienen una gran connotación social.
-Respecto del abuso de los medicamentos, ¿cuánta responsabilidad hay en la gente que se automedica, en las prescripciones de los médicos, en la industria farmacéutica?
-Aquí no hay nadie que sea directamente culpable. El problema es un poco sistémico. La industria tiene interés en vender, el ciudadano tiene interés en estar cada vez menos enfermo y más saludable, el médico si no receta parece que no es un buen médico, los medios de comunicación se hacen eco de cualquier supuesto avance terapéutico… Por lo tanto, el problema es poliédrico, tiene muchos lados.
-¿Dónde podemos poner el acento, entonces?
-No se trata simplemente de la codicia industrial, muy importante de por sí, sino también de la reflexión por parte del ciudadano en cuanto a la medicación que necesita y de esta farmacodependencia que hemos ido creando en nuestra sociedad. Una sociedad que depende cada vez más de la farmacología y menos de mejorar nuestros estilos de vida. Se trata, sobre todo, de cambiar nuestro concepto de enfermedad y de salud.
-Hoy, cuando uno va a la consulta, más o menos sabe lo que puede esperar por parte del médico. Como si ya hubiera trazado un camino previsible. ¿Por qué pasa?
-Por muchas cosas. Primero, porque si el ciudadano va al médico le gusta que se lo atienda y se le hagan pruebas. El médico tiene mucho miedo a equivocarse y, aunque le parezca que el supuesto enfermo quizá no tiene nada, igual le pide pruebas. El médico que hace esas pruebas está encantando porque así tiene más trabajo. Y otra vez estamos en este bucle. Es, como decíamos, un problema sistémico en el cual todos tenemos una parte de culpa; en donde el médico cada vez habla menos y receta más.
-¿Hacia dónde derivan esas exageraciones?
-Hay otra cosa que comento en el libro y es que la medicina ha derivado, muchas veces, hacia una disciplina numérica. O sea, si usted tiene tales números, yo le tengo que poner un tratamiento. En la diabetes, en la tensión, en el colesterol. Son dolencias que se han hecho muy numéricas en donde los límites entre la enfermedad y la salud son grises, muy difíciles de establecer. A veces se mueve un poquito hacia abajo el límite del colesterol y de repente aparecen cinco millones más de hipercolesterolémicos en España.
-¡Como por arte de magia!
-La medicina numérica ha hecho daño porque se basa en unos límites difíciles de establecer. Pero muchas veces, en el caso de los médicos, implica que inmediatamente se recete una pastilla, para la osteoporosis o porque la tensión es un poco alta. En este sentido, la medicina numérica tiene que hacer algo de autocrítica porque ha convertido al médico en un aritmético de administrar fármacos.
-¿Pero quién es responsable de estos guarismos?
-Bastante culpa la han tenido las malas guías clínicas. Muchas de ellas han sido redactadas por médicos y científicos con claros conflictos de interés. Ha pasado con el colesterol, con la osteoporosis, con el tratamiento hormonal de la menopausia. En varios casos esos conflictos de interés directamente vinculados a un fármaco han superado a las evidencias científicas.
-Usted nos ha llenado de incertidumbre, doctor, porque en nuestros medios hacemos una gran cantidad de notas sobre temas de salud. Nos preguntamos, a partir de ahora, si no estaremos fomentando la sobremedicación, la hipocondría social. ¿Cuál es el justo medio?
-Es cierto. Los medios de comunicación tenéis una gran responsabilidad en estos asuntos por muchos motivos. Primero, porque a veces dais noticias que no son correctas o críticas. Se alaba un determinado fármaco o un nuevo procedimiento quirúrgico, pero luego no se dice cómo ha ido, si esto al cabo de algunos años sirve o no sirve. A veces, el buscar un titular que sea interesante oculta la realidad, que es mucho más complicada.
-¿Qué casos relevantes podríamos dar como ejemplo?
-No sé en Argentina, pero en España los medios de comunicación han favorecido mucho los cribados de cáncer de colon, de próstata y de mama, que son muy contraproducentes.
-¿Qué ha generado esto?
-Muchos falsos enfermos, mucha cirugía innecesaria y mucha ansiedad. Los cribados, tarde o temprano, desaparecerán; o se centrarán solo en grupos de riesgo. Pero animar a la gente a que vaya a hacerse radiografías y chequeos es muy mal asunto.
-¿Qué razones ve, detrás de todo esto, en el campo mediático?
-En España, al igual que en otros países, los periódicos están cada vez más apurados económicamente y la publicidad de sanidad ha entrado como una gran disrupción. Aparece, por ejemplo, en un gran periódico un cirujano que hace tal procedimiento. Pero a lo mejor ese cirujano ha pagado cuatro mil euros para que le saquen a página completa. O bien se hacen eco de un nuevo fármaco que ha salido en un congreso, pero el anuncio está pagado por la farmacia que lo produce. La prensa no pasa por un buen momento y ha encontrado en la sanidad y en la medicina un caladero de dinero, una fuente de financiación a través de la industria que es muy nociva.
-¿Por qué nociva, a fin de cuentas?
-Porque el ciudadano no llega a distinguir realmente lo que es una noticia sensata y científicamente probada, de lo que es un reportaje publicitario encubierto. Esto es cada vez más preocupante.
-Pero uno da como aceptado que hay que hacerse estudios en forma periódica y continuada.
-Nunca se ha demostrado que hacerse un análisis al año alargue la vida. Si la gente se encuentra bien, no hace falta. Lo mismo pasa con los cribados. Ningún cribado alarga la vida. Las evidencias científicas no apoyan en absoluto este tipo de prácticas. Pero en cambio el ciudadano recibe este mensaje como algo que es bueno para su salud. Y como teme tener su cáncer, se junta el miedo del ciudadano con el interés del radiólogo, del endoscopista, del político que ofrece el estudio mamográfico a todas las mujeres y con eso consigue votos. Volvemos, así, a este círculo sistémico del cual es muy difícil salir si no acudimos una vez más a lo que es en realidad científicamente probado. Esto, en el fondo, es lo más interesante: volver a la raíz del problema.
-Usted plantea que alargar la vida no es lo mismo que alargar la muerte. Esto nos lleva a preguntarle si está de acuerdo con la buena muerte o la eutanasia.
-La medicina está en un punto en que uno, a veces, se pregunta si lo que se alarga es la vida o la muerte. Tenemos ahora más que nunca medios mecánicos, farmacológicos, de todo tipo, para ir alargando la vida de pacientes que no van a sobrevivir a su enfermedad, pero que van a alargar lo que yo llamo su agonía. Entonces hay que reflexionar sobre esto. Reflexionar sobre aquellos pacientes sometidos a tratamientos médicos, muchas veces en las Unidades de Cuidados Intensivos, y que tienen un pronóstico vital muy malo.
-¿Cómo lo calificamos, entonces?
-Es un derroche. Y va en contra de la propia naturaleza del ser humano, que es, en verdad, un ser para la muerte. Hay que recuperar la idea de la muerte natural. No me extraña, por lo tanto, que los ciudadanos hayan ido apretando para conseguir leyes de eutanasia en diversos países porque han visto morir a sus familiares y a sus seres queridos de una manera casi de tortura. Imponemos sobre el enfermo agonizante una carga terapéutica totalmente irracional. La gente quiere protegerse de los excesos terapéuticos que a veces impone la medicina actual. Quiere poner un límite a eso.
-Lo cual implica la eutanasia…
-Probablemente sea el mejor límite. Yo no soy un partidario acérrimo de la eutanasia porque pienso que es una solución paliativa, un parche. El problema está antes. Volvemos un poco a la filosofía de la vida y de la muerte. El ciudadano debe empoderarse y decir: “Yo no quiero nada más de esto. Yo quiero la muerte natural, no la muerte hospitalaria”. Para que no nos llegue la muerte mala.
-¿Cómo opera la tecnología en estos temas? ¿En qué medida ayudan o no a la salud, a la esperanza de vida?
-La tecnología, actualmente, está en todas partes. Es otra vez un tema sistémico. Mires donde mires hoy forma una parte axial de nuestra cultura. Tanto es así que Neil Postman, ya hace unos años, acuñó el término tecnolatría. Es la adoración de la tecnología como aquella parte de la producción humana que va a salvar la civilización y va a darnos unas opciones de futuro. La verdad es que el impacto de la tecnología sobre la esperanza de vida es menor.
-¿Por qué ha aumentado, entonces, la esperanza de vida?
-Por la higiene, por la nutrición, por las vacunas, por la cirugía menor, por los antibióticos… por la paz. Temas muy básicos.
-¿Y las cirugías de mayor envergadura, más complejas?
-Que usted haga una cirugía de cáncer de colon abierta por un robot o con una laparoscopia, al final los números van a ser muy parecidos en todos los aspectos. Sucede, así, la introducción masiva de aparatos que son costosísimos en mantenimiento y en material, sin que esté justificada muchas veces la mejoría de los resultados. Pero, en fin, la tecnolatría de la sociedad ha sido repetidas veces denunciada. En ese sentido mi libro no es nada original.
-Usted hace un repaso muy interesante de pensadores que aluden a estos asuntos.
-Precisamente recojo media docena de filósofos que, desde los años 50 hasta los 2000, vienen repitiendo que este no es el mejor camino para seguir. Pero, claro, a los filósofos nadie les hace caso y la gente se fía de Steve Jobs, de (Tim) Cook y de Tesla. Delante de esta situación, la civilización está en una vía terminal, una vía que es la Stephen Hawking, que pregonaba que la raza humana no tiene futuro si no viaja al espacio. ¡Pues nos iremos a Marte!
-Será para unos pocos, en todo caso.
-Claro. Pero usted no tiene derecho a condenar a la humanidad, excepto a tres que se irán en una nave fabricada por el señor Elon Musk. ¡No, no, no! El mundo es el único que tenemos. Hay que conservarlo. Y realmente la tecnología está creando problemas que ella misma trata de solucionar. Pero estamos viviendo de verdad mal. La ciencia y la tecnología, sobre todo, tienen una cara B, muy poderosa, de la que nos tenemos que proteger. Son responsables, en parte, de la degradación medioambiental, del consumo y de la polución.
-Por otra parte, usted marca cómo nos agredimos a nosotros mismos empeñándonos en ir corriendo los límites de la naturaleza, como la obsesión por las cirugías plásticas o alargar la menstruación.
-Exacto. Y hay límites que, si se intentan franquear, en general van a resultar en algo perjudicial. El caso del tratamiento farmacológico de la menopausia ha sido uno de los dramas más importantes que ha habido en la medicina. ¡Pero no se ha comentado nada de esto! Nadie ha dicho que los estudios hechos en Inglaterra y Estados Unidos para alargar la menopausia en los años noventa y principios del siglo XXI han acabado con el doble de cánceres de mama y de útero, y de accidentes cardiovasculares.
-¿Eso no ha salido en la prensa?
-No. Lo que ha salido es: usted podrá mantener su juventud diez años porque le vamos a dar unos estrógenos fantásticos, que harán que sea bella y saludable hasta los 70 años. De hecho, la mujer lo asume y resulta que al cabo de cierto tiempo hemos hecho un desastre que nadie preveía al principio. O la epidemia de opioides que había en Estados Unidos, que lleva 400.000 muertos en diez años, muchos más que en la pandemia.
-¿Por qué ocurre esto?
-Por los fármacos opioides que se vendían en las farmacias prácticamente con recetas fraudulentas. Resulta que el ciudadano tiene dolor, compra un medicamento que le crea adicción y, de repente, al cabo de unos años, la gente del Center for Disease Control de Atlanta se da cuenta de que ha habido medio millón de muertos por un fármaco adictivo.
-Se produce, entonces, una especie de círculo vicioso…
-Hay que tener mucho cuidado con la medicación porque, bueno, en su momento a la mujer la gusta, al médico le encanta recetar, no digamos a la industria farmacéutica que sueña con medicalizar a todas las mujeres menopáusicas y ahí tiene usted el pastel perfecto para un drama.
-Volviendo a los testeos y al cáncer de mama, ¿cuáles son los principales factores de riesgo?
-Cuando se discute el tema de las mamografías, yo digo: ¿por qué no dedicamos ese dinero para otras cosas que realmente van a ser mejores para prevenir el cáncer de mama? Ese cáncer tiene factores intrínsecos muy potentes como el tabaquismo, la nuliparidad, el tratamiento con estrógenos, los anticonceptivos, la sedentariedad, la obesidad… Eso sí que es prevenir. Por lo tanto, repito, el énfasis, más que en hacer más medicinas y más chequeos, está en evitar aquellos factores de riesgo que nos predisponen a la enfermedad. Y ahí es donde las políticas públicas deberían ser más claras.
-¿Qué se debería fomentar, entonces?
-Los hábitos de vida saludable, evitando los excesos, las adicciones, las conductas de riesgo, no medicarse en exceso. La medicina es para la enfermedad, pero la salud es una cuestión nuestra. Cada ciudadano debe hacerse él responsable de su salud y no dedicarse a pensar que el Estado le va a poner sano en cuento enferme.
-¿Usted plantea que el ser humano no puede seguir estirando indefinidamente la vida, que hay un límite biológico o filosófico para la longevidad posible?
-Lo que pretende el tecnohumanismo es trabajar sobre la hipótesis de que no hay límite. Yo prefiero hacerlo sobre la hipótesis de que sí hay límite y, precisamente, uno de los graves problemas que tenemos es que luchamos contra el límite; y el límite nos va a ganar la partida. Nos la está ganando. De hecho, la esperanza de vida, desde 2005, está retrocediendo en Europa. En ese año ya hubo un primer aviso relacionado con gripe, hace unos años hubo otro relacionado con una ola de calor, ahora con la pandemia. O sea, es posible que la esperanza de vida no siga aumentando continuadamente como pasó en los años 70 y 80. Tendemos a una asíntota, en la cual, ganar un año puede suponer, para el sistema sanitario, un problema de insostenibilidad.
-¿Cuánto supone este gasto dentro del presupuesto?
-En España ya se lleva entre el 15% y el 20% del gasto público, el número mayor después de las pensiones. Y nadie le pone tampoco una reflexión a esto. Todo el mundo pide siempre más dinero para la sanidad, pero usted dobla el presupuesto para este rubro y no dobla la esperanza de vida. Por lo tanto, hay un límite biológico y también del entorno. Estamos bastante limitados por las patologías que nos generan nuestras maneras de vivir.
-Es decir que el tecnoutopismo, como usted lo llama, no nos lleva a ningún lado.
-El tecnoutopismo es una forma de evadirse de la muerte peor que la religión. En el fondo, la religión daba ciertas esperanzas. El tecnoutopismo, de lo que se trata, es de crear falsas ilusiones.
-Le confesamos, doctor, que nosotros, en la radio, hemos entrevistado, desde Barcelona, a Manel Domínguez, que es uno de los médicos que habla de matar la muerte. ¿Usted considera que este grupo está integrado por charlatanes?
-Son charlatanes, pero, además, detrás de esto hay muchos intereses comerciales. Si entramos en el tema de la antiage y de luchar contra el envejecimiento usted encontrará enormes sumas invertidas en todo tipo de tratamientos. De hecho, una gran corporación como Google lleva años invirtiendo en programas relativamente oscuros de tecnohumanismo y de tecnoutopismo, es decir, de matar la muerte, de alargar la vida. Hay empresas de criogenización. Te congelan el cadáver para cuando sea posible tratar tu enfermedad, resucitarte.
-Nos vamos acercando a la magia, a la brujería…
-Entre el charlatanismo y los intereses comerciales se crea una especie de falsa esperanza. Y como hoy en día la ciencia y la tecnología parece que lo pueden casi todo, el ciudadano cae en la trampa de pensar que realmente vamos a vivir de forma indefinida, lo cual va a poner al sistema en una crisis absoluta.
-¿Cómo es el estado de situación del sistema?
-Estamos hablando de sociedades envejecidas que pagan muchísimas pensiones. En España, prácticamente más de la mitad del presupuesto público se destina a nueve millones de pensionistas que, a su vez, dependen de los 18 millones que trabajan. Alargar la vida, en este sentido, impone una carga a las generaciones futuras enorme. Esto tampoco se discute nunca. ¿Quién nos va a pagar el vivir más? ¿Vamos a tener una pensión entre los 65 y los 120 años? ¡Es imposible! Por lo tanto, hay una reflexión social: debemos tener una cierta solidaridad entre generaciones, para que nos les quede una deuda enorme a los que hoy tienen 20 o 30 años.
-Usted señala que Internet hoy es fuente de angustia, de ansiedad, contribuye a la hipocondría social. A su vez, estamos rodeados de fake news, de bulos, de noticias interesadas. ¿Cómo hacemos, los ciudadanos comunes, para separar la paja del trigo?
-Lo primero que les diría es que se salgan de las redes sociales. Yo estoy desenredado. No tengo ni iPhone. Se trata de buscar las mejores evidencias en gente responsable, en médicos sensatos, en políticos coherentes porque las redes sociales son un altavoz de la charlatanería y ahí los bulos y las fake news son casi indeferenciables de cualquier otra información de calidad.
-¿Buscar fuentes confiables en Internet como cuáles?
-Webs solventes como la fundación Cochrane, Center for Deseace Control, NICE… Lo que pasa es que al ciudadano le atrae más el titular o la noticia de que el vino es excelente para la salud porque reduce los ataques de corazón, pero no va a ir Colaboración Cochrane para saber si realmente el etanol es beneficioso. Por lo tanto, creo que lo mejor es acudir a gente que tenga experiencia y evitar el Doctor Google porque esto genera más ansiedad y más hipocondría.
-Usted advierte sobre las adicciones que condicionan nuestra vida. ¿Qué opina de una eventual legalización de las drogas, especialmente del cannabis?
-No soy experto en este tema. Lo miro con cierta distancia. Todas las adicciones, no solamente las drogas; todas, como el fútbol o la velocidad en el coche, nos llevan a pagar un precio en nuestra salud. Una de las sentencias que estaban grabadas en el Oráculo de Delfos, que a mí me gusta mucho, decía: “Mucho de nada”. Una cierta orientación para la vida en tres palabras.
-Sabiduría clásica…
-Las conductas repetitivas, adictivas, son malas para la salud, se trate de la marihuana, de la cocaína, del alcohol o del tabaco. A mí me da miedo que la legalización de la marihuana comporte daños neurológicos, porque se sabe que su uso continuado y abusivo tiene efectos graves sobre el sistema nervioso central. Probablemente un uso recreativo y esporádico sea inocente, pero si acaba como el tabaco, convirtiéndose en un fármaco, en una droga adictiva, lo más probable es que paguemos un precio importante en daño cerebral.
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