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Por Luciano Moran
Ignacio Roque Juárez, protagonista de esta emotiva historia de vida, sirve como ejemplo de lucha para no bajar los brazos ante la adversidad
Ignacio Roque Juárez nació en Tres Arroyos el 16 de octubre de 1991. Su padre, Norberto Omar Juárez, falleció el 25 de diciembre de 2013, a los 55 años tras sufrir un cáncer que lo azotó. En la actualidad vive con su mamá, María Luján Di Loreto y su hermano menor, Bautista.
Esta es la historia de vida de una persona que siempre supo luchar y que nunca se rindió. Alguien que no bajó los brazos y que consiguió sacar fuerzas de, donde uno a veces, sabe que no hay. Un ejemplo de vida, de constancia y de resiliencia en todo aspecto. De mentalidad sumamente positiva para salir airoso y fortalecido de la parada brava que la vida le jugó.
Dicha introducción cobra sentido porque Ignacio Roque Juárez es un campeón, un ganador de la vida. De los que no abundan. Hoy es abogado y cuenta con mucho trabajo, aunque el camino para llegar a esa meta no le fue nada fácil, de eso estén bien seguros. Sufrió la pérdida de su padre, a muy temprana edad. Al mismo tiempo, le tocó hacerse cargo de su madre y de su hermano, de trabajar para poder seguir viviendo, a la par de continuar (al día) con sus estudios correspondientes a la abogacía en la Universidad Siglo XXI de la ciudad por un deseo propio de él.
Con una gran capacidad como ser humano para superar circunstancias traumáticas como la pérdida de su querido padre, él joven abogado hoy se encuentra radicado en la ciudad pero no olvida sus orígenes y todo lo que sufrió en el camino para poder ser alguien en esta vida y en este mundo tan difícil.
-¿Cómo afrontaste la noticia de la enfermedad de tu papá?
-Él había arrancado anteriormente con otros problemas y recuerdo que nunca le daban en la tecla. El médico que lo trataba en la ciudad de Azul, lo mandó a hacer una RX de tórax. El resultado arrojó que tenía una especie de “bulla”. Se la tenía que sacar por medio de una intervención quirúrgica. Yo era chico, tenía 21 años. El 4 de octubre de 2013 él se iba a intervenir en Bahía Blanca y no lo pudieron operar porque tenía un tumor maligno, cáncer. Con todo lo que ello conlleva, me dieron la noticia. Vinieron mis tíos a casa. Mis padres estaban en Bahía Blanca. Yo estaba acá con mi hermano, desolado. Cuando me enteré, fue una noticia muy dura.
Un médico de acá le comunicó que tenía cáncer. Se hicieron todos los trámites en la obra social y a partir del 4 de noviembre empezó a tratarse en Bahía Blanca. Yo ya había cumplido 22 años, mi hermano tenía 15. Mis padres se fueron a vivir a Bahía Blanca, donde permanecían de lunes a viernes, y yo acá me hacía cargo de mi hermano, estudiaba preparando las materias de abogacía y además arranqué a trabajar. Iba al estudio de Elisa Hospitaleche, donde hacía un poco de todo. Me aislaba del lío familiar que en ese momento tenía. Me mantenía la cabeza ocupada en otra cosa. Lo necesitaba.
-¿El deporte te ayudó a salir adelante?
-Yo hago artes marciales, Jiu Jitsu, una actividad creada en el Japón feudal como método de combate sin armas de los samurái, el cual está enfocado en la lucha cuerpo a cuerpo en el suelo. Sus técnicas incluyen algunos lanzamientos y derribos, además de luxaciones articulares, estrangulaciones y sumisiones.
Llamé a mi Sen Sei, el entrenador Carlos Baneiro, para hablar con el diciéndole que no iba a poder ir más porque no voy a poder pagar la cuota de Jiu Jitsu. “Yo quiero que vengas igual”, me dijo sin dudarlo. Es una actividad donde hay golpes de puño como si fuese karate.
Yo daba clases de Jiu Jitsu y no pagaba las mías. Me despertaba a estudiar a las cuatro de la mañana. Una vez que mis papás estaban en Bahía Blanca, estudiaba hasta las siete. Lo despertaba a mi hermano, con todo lo que eso conllevaba. No fue fácil, la mayoría de las veces no quería ir o llegaba tarde al colegio. Él se iba y yo seguía estudiando. A las ocho y media me iba al estudio jurídico. Estaba hasta las once, ya que iba conociendo el ambiente y de a poco metiéndome en el juzgado. Volvía porque ya salía a hacer las compras para cuando viniera mi hermano, tener la comida lista.
-¿Sentías que el esfuerzo se hacía cada vez más cuesta arriba?
-No me quedaba otra opción, es lo que me tocó. Le puse garra y corazón. También era estructurado, pero tengo que reconocer que en esa época se armó un grupo de Jiu Jitsu, el cuál fue el primer grupo de amigos que se consolidó. Recuerdo que un 28 de noviembre, al terminar de entrenar, veo el teléfono con varias llamadas perdidas de mi mamá. Yo estaba en otra. Me dijo “estoy yendo al auto, me dijeron que tu papá se iba a morir”. Se desmejoró el tumor que tenía y se le hizo metástasis a otras partes del cuerpo. Ese día estaba con uno de mis compañeros de Jiu Jitsu, Juan Ignacio Liébana, a quién le di un flor de abrazo y me largué a llorar. El ya conocía la enfermedad de mi papá. Ese mismo día, otro amigo mío de fierro, Jorge Monteagudo, me llevó en su auto para hablar y aconsejarme. Se terminó de formar un gran grupo de amigos.
Por otro lado, tenía mucha gente que me bancaba. Mis compañeros de Transporte Rodriguez, que era un equipo de la Maxi Liga. La mayoría de las cenas que hacían no me cobraban porque sabían mi situación. Siempre estuvieron firmes al pie del cañón. Mis amigos de la infancia también, Marcos y Gustavo. Y varias amigas de mi mamá, sin dudas. Otro gran amigo y que siempre me apoyó fue Raúl Bianco, un gran entrenador que tuve del cual guardo los mejores recuerdos y llevo en mi corazón.
Ese 25 se descompensó. Le dimos oxígeno, pero comenzó a sentirse mal. Arranqué a asistirlo, le dije a mi mamá que llame a la ambulancia. Tres minutos tardó en llegar el auxilio. Me quedé sin oxígeno. En una mano lo tenía a mi papá apoyado, en otra le intentaba dar aire con el respirador. Llegó la ambulancia, y lo peor ya había sucedido.
-¿Cómo fue posible afrontar ese momento de tanta adversidad?
-Lo primero que le dije fue que mi rol era hacerme cargo. Y lo tenía que cumplir a la perfección. El rol de mi mamá era estar con mi papá acompañándolo en Bahía Blanca. Y por sobre todas las cosas mantener el statu quo para darle lo mejor posible a mi hermano, el más chico de la familia. Mi papá siempre se trató en Bahía Blanca, haciéndose rayos ahí. A quimioterapia no llegó. Cuando me enteré que iba a fallecer, lo primero que me plantee fue en no ser un resentido con la vida. Las preguntas sin respuestas no me iban a llevar a ningún puerto. Yo me intenté mantener en base a lo que venía procesando.
Vi como mi papá estuvo hasta mis 22 años y me dejó un aprendizaje. Estaba en mi aprender o no y se terminó. Mi camino sigue. Yo lo vi siempre desde esa perspectiva. Es la ley de la vida. Es creo que de la única y primera derrota que salí con la cabeza alta. Hicimos todo y más también.
-¿Por qué decidiste ser abogado?
-La verdad que me gustaba, de chico tenía quince años y me llamaba la atención. Eso que en derecho la pasé mal. No me gustaba la materia en el colegio. Cuando me volví de Bahía Blanca, me anoté acá y arranqué de cero. Estudiaba 14 horas por día. Vivía para estudiar y rendir. En 4 años terminé de cursar y en 2016 me recibí, el 19 de septiembre. La hice al día. Después que falleció mi papá tenía que hacer valer cada peso y me dedicaba a estudiar. Tener mucha gente que te banca es importante. El arte marcial me ayudó mucho a mantenerme en eje. Igual que mis amigos. Algunas cosas las veía a años luz. Pero todo llega, dicen.
Ni bien falleció mi viejo, hago la primera práctica profesional en el estudio Almirón-Vázquez Pianzola. Cubrí las vacaciones de una mujer. En el 2015 vuelvo a trabajar, y tenía que hacer la práctica profesional. Yo quería aprender. Hablé con Francisco Almirón que es amigo mío y le dije si podía hacer la práctica en su estudio y me dijo que sí. Comencé a hacer la práctica profesional ahí, obviamente no me quiero olvidar que durante todo ese período tuve que pedir plata prestada para poder pagarme la facultad, Viviana Wilghenoff, Agustín Parente, mis tíos, con todo lo que eso conllevaba. Siempre me bancaron. Nunca le quedé debiendo nada a nadie. Arranqué a trabajar y hasta ahora sigo ahí. Todo lo que sé en materia derecho es gracias a Alberto Almirón, Ricardo Vázquez Pianzola.
Lo que yo hice lo haría cualquier persona. Yo tenía muchas mochilas pesadas que llevaba encima conmigo. Me encanta poder ayudar a mi mamá y a Bauti. Yo siento que retribuyo todo lo que ellos hicieron por mí desde que nací hasta que me tocó a mí ponerme al frente de la familia. Lo volvería a hacer una y otra vez.
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