Se espera que en la segunda o tercera semana de enero, en la ciudad, ya se pueda hablar de vacunas contra el coronavirus. Por ahora son cinco los lugares donde se colocarán las dosis: el Campus de la Universidad Nacional de Villa María (UNVM), el Instituto de Extensión de la UNVM, el centro vecinal de barrio Los Olmos, el Centro Cívico Provincial y el MuniCerca 4 (en la esquina de los bulevares Vélez Sarsfield e Italia).
Las recibirán unos 30 mil: primero será para los mayores de 60, y después para quienes tengan entre 18 y 59 años y pertenezcan a los grupos de riesgo. Luego será el turno de los esenciales: médicos, gendarmes, policías. También habrá para los docentes.
Desde hace unos meses, los nombres de algunas vacunas suenan: resuenan. La rusa Sputnik V (Gam-COVID-Vac), otra desarrollada por científicos de la Universidad de Oxford con la participación del laboratorio AstraZeneca, y una tercera, idea de alemanes de la empresa Biontech y de la farmacéutica Pfizer.
Las vacunas llevan tiempo. Hay ejemplos: en 1965, el doctor Baruch Blumberg detectó el virus de la hepatitis B. En el 69 usó una forma del virus atenuada, y la trató con calor. En el 81 se aprobó una primera vacuna comercial: utilizaba plasma de pacientes infectados. En el 86 hubo cambios: una nueva síntesis química remplazó al modelo original. Entonces, del 65 al 86 , veintiún años. Más ejemplos: recién en la década del 50, científicos distinguieron entre la varicela y la culebrilla. En los 70, en Japón, se desarrolló la primera vacuna contra la varicela. Otra vez: unos veinte años.
El desarrollo de las vacunas contra el coronavirus lleva menos de un año. Entonces, la pregunta irrumpe: ¿hay que vacunarse?
Ricardo Lamberghini es asesor del Ministerio de Salud de la provincia de Córdoba, infectólogo del Instituto Oulton y del Sanatorio Aconcagua, y docente de la facultad de medicina de la Universidad Nacional de Córdoba (UNVM). Yo soy un pro-vacuna absolutamente declarado y definido, dice por teléfono un mediodía de diciembre. Y las compara con otros descubrimientos que colaboraron con la preservación de la salud humana: el agua potable, los antibióticos. Nuestros bisabuelos, tatarabuelos, vivían, edad promedio, 50, 55 años, recuerda. Hoy, la expectativa de vida ronda los 75. Esos veintipico años tienen un por qué: entre otros, el avance de la medicina. Por supuesto, esto no es regla. A veces -cuántas veces- el contexto hace lo suyo: las crisis, la pobreza, la desigualdad.
Que sea, ante todo, eficaz y segura
Cada molécula nueva que se investiga en medicina requiere que sea eficaz, por un lado, y segura, por otro. El infectólogo lo explica: que sea suficiente para prevenir, por un lado, y que no produzca daños en la gente que se la coloque. Sobre todo la vacuna porque se la ponemos a gente sana, aclara porque existen diferencias con otras moléculas en investigación. De nuevo, los ejemplos: los medicamentos para la tensión arterial o la diabetes, por ejemplo, se prueban en aquellos que ya tienen un trastorno en la salud.
Las fases
Hay fases para las vacunas. Comienza con la preclínica: es en animales y se estudia el mecanismo de acción, la toxicidad. Después viene la uno: participan pocas personas, por lo general menos de cien y sanas, y se estudia la respuesta inmunológica. En la fase dos hay más gente y de diferentes grupos: no solo los sanos y los jóvenes. Y se estudian otras cosas: la dosis, la vía de administración, la eficacia y la seguridad. En la tercera hay voluntarios: muchos. Se insiste con la eficacia y la seguridad. Finalmente, llega la cuarta: si los resultados de la fase previa son positivos, la industria farmacéutica presenta el protocolo del estudio para que lo apruebe el ente regulatorio. A la vacuna la estamos usando en gente que no tiene la enfermedad que queremos prevenir, por lo tanto mal podríamos utilizar una molécula o una droga en investigación que dañe o le produzca la enfermedad. Así que, desde ese punto de vista, eficacia y seguridad en este caso deben estar garantizadas y yo creo que estos avances que hay en la investigación clínica-farmacológica de la última década nos permiten tener disponible una vacuna en un año, dice.
No existe ningún tratamiento curativo
La vacuna no es una salida. Es una respuesta: una de las posibles para una enfermedad -el SARS-CoV-2- que afecta a millones (hay más de 65 millones de contagiados en el mundo y poco más de un millón y medio de muertos). No existe ningún tratamiento curativo y muy pocos tratamientos de eficacia probada para mejor a los infectados graves, afirma Lamberghini. Y dice que la vacuna representa una herramienta de un gran valor en la salud pública, principalmente porque la mortalidad es elevada para pacientes añosos y con comorbilidad (quienes presentan uno o más trastornos además del primario).
En tiempos ordinarios -¿los de antes?- es habitual que la elaboración de una vacuna lleve una década o más desde la fase preclínica hasta la implementación en la población mundial.
Circunstancias extraordinarias
Pero los tiempos -las condiciones, las circunstancias-, ahora, son extraordinarios. Por eso, las soluciones también. Estamos en una pandemia donde es necesario que realmente se disponga de la vacuna para abortar esta situación. Hay muchas plataformas vacunales ya utilizadas para la elaboración de otras vacunas. Eso permite que hoy se haya podido cumplir con estas fases habituales de una manera mucho más acotada, incluso superponiendo algunas sin que esto implique que se está haciendo algo que haga perder la seguridad del medicamento, manifiesta el médico.
No hay garantías. El lo dice: Uno debe saber de que en medicina no hay nada sin riesgo. En la vida no hay nada sin riesgo. Ricardo Lamberghini piensa: se pregunta qué tan probable sería que un avión cayera sobre la habitación en la que uno está durmiendo la siesta. Se contesta: Sería una excepción. Pero puede ocurrir. Con estas vacunas puede pasar lo mismo. Nadie puede garantizar porque todavía no se ha cumplido un año del comienzo de la enfermedad. Entonces, ¿qué va a pasar en la fase cuatro con el uso prolongado? Es difícil de predecir con absoluta certeza. Sin embargo, hay cuestiones más factibles: que uno enferme gravemente, que muera. Algún mínimo riesgo uno debe tomar al colocarse esta vacuna. Digamos, siempre existe un riesgo, siempre la medicina clínica tiene una parte experimental, sostiene.
Además, cada uno es diferente: éste de ése y ése de aquél. Y pasó. En el caso de la vacuna de AstraZeneca se observó a un paciente con un trastorno neurológico y a otro que falleció en el curso del estudio clínico. Sin embargo, en ambas experiencias, un comité evaluador externo demostró que las vacunas no habían repercutido tanto en el trastorno como en la muerte. El comité evalúa, principalmente, seguridad. Y como son vacunas que se hacen controladas con placebos o con otras vacunas, se supo que los pacientes que habían sufrido efectos indeseados no pertenecían a la rama vacunal, cuenta el docente universitario.
Los efectos de la colocación de la vacuna son los inmediatos: dolor local, enrojecimiento de la zona, la sensación de un cuadro pseudogripal, decaimiento, chuchos de frío, algo de febrícula. Sobre los demás efectos -los que importan-, todavía no hay, ni siquiera, claroscuros. ¿Cómo se expresaría en el mediano y largo plazo esa situación? Imposible decírtelo. Sería una lotería, dice Lamberghini. Aún, asegura, no hay fundamentos certeros.
¿Debe ser obligatoria?
Se dice que debe ser obligatoria. Se dice que no. El infectólogo primero dice que no porque no se puede torcer la voluntad de una persona. Sin embargo, hace consideraciones: mientras menos huéspedes susceptibles haya, es decir, cuantas más personas hayan sufrido la enfermedad naturalmente o estén inmunizadas por la vacuna, menos posibilidades habrá de que el virus se expanda. En otros términos, la inmunidad del rebaño. Se estima de que debería existir entre un sesenta, setenta por ciento de la población inmunizada por vía natural o por vía vacunal, argumenta.
Pero, como siempre, los peros: Lamerghini expresa que si la gente se negara por falta de información, por un temor infundido a raíz de comunicaciones falaces, por los movimientos antivacunas que se encuentran activos (se puede mencionar el resurgimiento de sarampión en la Argentina, en 2018) o por razones políticas, habría problemas: no se podría controlar la pandemia. Lo que a mí me gustaría es que la gente tomara la decisión asistida por un conocimiento sobre el problema, expone.
Daños colaterales
El coronavirus produjo daños colaterales: por temor a infectarse, muchos pacientes con diabetes, hipertensión, cardiopatías y hasta patologías neoplásicas incipientes que se agravaron. Ese es otro de los temas que nos preocupan en este momento, dice el infectólogo y hace hincapié en el deterioro de la salud comunitaria que produjo el bloqueo en la atención médica desde hace unos ocho o nueve meses.
El coronavirus es una enfermedad infecciosa, viral, respiratoria y el docente universitario destaca la necesidad de que se disponga de una vacuna. No nos puede llevar diez o quince años para que la gente confíe definitivamente en su implementación universal. No nos puede llevar ese tiempo porque se habría muerto la mitad de la población mundial, señala.
Lamberghini dice que el coronavirus no es excepcional: Es más o menos contagioso en función del comportamiento que nosotros tengamos como individuos en nuestra vida diaria. Y agrega: En ningún momento se puede considerar que esto ya pasó y que te vas a vacunar y que vas a poder salir e ir de vacaciones como lo hacías antes de que la pandemia apareciera.
Después habla del barbijo, del distanciamiento, de evitar los espacios cerrados, de la higiene. Y dice que, parece, vinieron para quedarse.
Otras preguntas
En el marco de la llegada de las vacunas, cada vez son más los interrogantes que surgen al respecto. Una de ellas es: las personas que ya contrajeron la enfermedad, ¿deben vacunarse? Todas las que pertenezcan a la población objetivo podrán acceder a las dosis, independientemente de haber contraído previamente Covid-19. Otra: ¿será gratuita? La campaña de vacunación será implementada, al menos inicialmente, desde el sector público. De este modo se garantizará el acceso gratuito a la vacuna, principalmente, para la población definida de riesgo y estratégica para las funciones esenciales. Resta insistir en que la vacuna solo será una herramienta de control, pero no eliminaría la circulación viral.
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