Autor: Nuria Jar
Nuevas investigaciones con estas drogas están abriendo un campo muy prometedor para la medicina, a pesar de que no gozan de muy buena fama. Por ejemplo, Estados Unidos vive una epidemia nacional de sobredosis de opiáceos con más de veinte mil muertes anuales.
En las farmacias del país se pueden conseguir con receta potentes analgésicos derivados del opio, como el fentanilo y el oxycontin, y en la calle circulan narcóticos ilegales como la heroína, considerada la segunda droga más dañina del mundo por detrás del alcohol, según la lista de David Nutt, director de Neurofarmacología del Imperial College de Londres.
Sin embargo, hacerse con una droga psicodélica como el LSD, que ocupa la antepenúltima posición del mismo listado, resulta mucho más difícil. Y eso que esta sustancia, que sintetizó por primera vez el químico suizo Albert Hofmann en 1938, está siendo considerada por parte de la investigación médica de vanguardia como un posible remedio terapéutico para ciertos males.
Las drogas psicodélicas se caracterizan por que provocan alteraciones profundas en la percepción de la realidad y el estado de consciencia, excitación extrema de los sentidos, cambios en el comportamiento e incluso alucinaciones. Bajo su influjo, se pueden ver imágenes, escuchar sonidos y vivir sensaciones muy distintas a las que se experimentan durante la vigilia.
En la década de los sesenta se hicieron muy populares entre los jóvenes norteamericanos y europeos que protagonizaron la contracultura. Pero todo cambió en 1971, cuando la Convención de las Naciones Unidas sobre Sustancias Psicotrópicas prohibió el uso del ácido y otras drogas por sus posibles daños a “la salud física y moral de la humanidad” y porque no tenían una aplicación terapéutica conocida.
Pero estos productos no solo tienen usos recreativos, sino un gran potencial médico. “Lo que pasó a partir de los años setenta fue una tragedia humanitaria; la guerra contra las drogas es un genocidio”, afirma Enzo Tagliazucchi, físico y matemático de la Universidad de Buenos Aires (Argentina) dedicado a estudiar la interacción de los psicotrópicos con el cerebro.
Después de décadas de silencio, estas sustancias emergen de nuevo como una oportunidad para tratar numerosas condiciones psiquiátricas y trastornos mentales. “Usadas de manera responsable y con la debida precaución, las drogas psicodélicas pueden ser para la psicología y la neurociencia lo que el microscopio es para la biología y la medicina, o el telescopio para la astronomía”, escribió el pionero en los estudios con LSD Stanislav Grof, uno de los pocos científicos que siguió investigando en la clandestinidad. El esfuerzo de este checo, impulsor de la psicología transpersonal, no ha sido en balde.
Muchas tribus indígenas y otras culturas milenarias los han empleado en rituales, mientras que la vida moderna los ha desplazado preferentemente hacia el consumo lúdico. Pero no solamente deberían verse como drogas recreativas. “Son sustancias increíblemente potentes que tienen que ser tratadas con respeto”, dice Robin Carhart-Harris, responsable del grupo de investigación en psicodélicos del Imperial College de Londres y el primer científico del Reino Unido que, desde su prohibición, ha utilizado LSD en sus ensayos clínicos. Su jefe, el citado neuropsicofarmacólogo David Nutt, denuncia que esta situación legal ha impedido durante más de medio siglo hacer experimentos para probar nuevos psicofármacos que diesen respuesta a desórdenes como las adicciones, la depresión y el estrés postraumático, entre otros.
Más información en el artículo Drogas que pueden curar, escrito por Nuria Jar. Puedes leerlo en el número 443 de Muy Interesante.
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