En cada una de esas oportunidades en las cuales la humanidad se vio azotada por plagas (del latín plaga y pestis)_ desde la ateniense en 430 A.C, la Antonina (161-180 D.C), la Justiniana (mediados del siglo VI), la Peste Negra (1334 hasta 1400), la Gripe Española (1918), hasta las más modernas como HIV, viruela, SARS, gripe porcina, Ebola, Zika, MERS CoV y finalmente el SARS CoV 2_ emergió la figura de la enfermedad con su connotación bíblica de castigo divino, dándole forma a la respuesta social, económica, política y a las bases mismas de las ciencias médicas modernas. Es en esos momentos históricos moldeados por las pandemias que emerge la contra figura del médico.
Frecuentemente los individuos que asumían la tarea del cuidado de otros adquirían las enfermedades y morían junto a los que habían intentado curar, llevando a la desesperación de las personas, las cuales se volcaban a la religión, invocando patronos y buscando en charlatanes de la época soluciones mágicas.
¡Como olvidar la imagen del Médico de la Plaga, de Charles De l’Orme, con manos de esqueleto, sombrero y máscara de pico! Es en esta nueva pandemia de nuestro siglo, que ocurre en la era de la medicina moderna, donde la figura del médico resurge cargada de nuevos simbolismos.
El Covid-19 amenaza el bienestar y la seguridad individual y colectiva, obligando a la participación de los gobiernos y agencias internacionales en un trabajo mancomunado que trasciende fronteras.
Más que nunca se habla de vocación médica, como la inclinación interior, la pulsión y actitud de vida dedicada a los enfermos; cultivada a lo largo del ejercicio de la profesión.
A ser médico se aprende, adquiriendo destrezas y conocimientos en la salas de las universidades. Se aprende a evitar los dogmas y a que los enfermos son seres humanos, no casos ni camas, con problemas que trascienden los síntomas, con miedos y dudas que requieren de empatía, compasión, responsabilidad y de una primordial relación medico paciente, fundamentada en la confianza, integridad y respeto mutuo.
Una enfermedad desconocida, sin cura ni tratamiento, genera gran ansiedad e incertidumbre. La duda ante la exposición, el riesgo de contagio por contacto estrecho y continuo al dar atención al prójimo. La satisfacción y el entusiasmo ante los éxitos, y la frustración ante el fracaso.
La adrenalina que hacen perder la noción del tiempo, olvidar los turnos de comida y las horas de descanso.
Las pandemias de enfermedades infecciosas dejan grabadas en nuestra memoria inmunológica y en nuestro inconsciente, experiencias que modelaran nuestra conducta individual y social.
A los médicos nos tocará seguir haciendo medicina. Y hacer medicina es cumplir con el juramento hipocrático, aún vigente.
No es el tiempo de fantasías heroicas, épicas, bélicas, donde el médico toma una figura trágica de la que debe trascender ejecutando hazañas, arriesgando la vida en busca de gloria y reconocimiento.
Es tiempo de profesionalismo, de vocación, compromiso, actitud y proyecto de vida dirigido al enfermo y a la humanidad.
Es tiempo de ciencia.
Es tiempo de Hacer Medicina.
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