La medicina parece haber trazado el rumbo de sus últimos desarrollos y los beneficios del avance, utilizando una hoja de ruta trazada por la audacia de la ciencia ficción. Son apuestas tecnológicas alucinantes, desde crear robots curativos del tamaño de una célula (ver, por ejemplo, este artículo de Nature sobre el tratamiento del cáncer con nanorobots) hasta recrear el pensamiento humano en ordenadores, como hacemos hoy, y la capacidad de trasplantar la cabeza, el corazón, los pulmones y las extremidades.
Actualmente están en marcha varios proyectos para desarrollar robots para control médico. Son bautizados de muchas maneras y reciben nombres que son muy descriptivos de su función. Por ejemplo, microvíboras, respirocitos y krotocitos.
Son pequeños robots que son miles de veces más efectivos que los medicamentos actuales, transportan oxígeno adicional a través de la sangre, coagulan heridas, reparan células dañadas y permiten que destruir bacterias dañinas donde se reproduzcan.
La ciencia a la cabeza
¿Y qué podemos decir de los proyectos de trasplantes de cabezas y de las transferencias de la información del cerebro? Desde que el hombre tuvo conciencia de sí mismo, uno de sus esfuerzos se ha centrado en encontrar la manera de ampliar la esperanza de vida humana luchando contra las enfermedades, pero, desde que la tecnología le puso en sus manos formas de almacenar datos, la quimera de conservar la información de los cerebros humanos en ordenadores parece estar más cerca que nunca.
En 2015, Google se unió a esta carrera de preservar la información individual, primero, con la preservación de cerebros y bajo tres fórmulas: crioconservados, chemopreservados o con una combinación de ambos métodos.
Según la Ley de Moore, que fija un periodo de tres años en el que cada generación de ordenadores dobla su capacidad de memoria, en unas décadas estaremos en condiciones de disponer de un sistema informático capaz de reproducir la capacidad de un cerebro humano.
Porque la velocidad de cálculo no es el único parámetro que hay que reproducir en un cibercerebro, porque éso ya lo ha superado la tecnología, la capacidad perceptiva, la autoconciencia, la atribución de imaginar, intuir o la traducción de las complejas condiciones que impone reproducir los valores humanos siguen siendo fronteras para el desarrollo efectivo de un cerebro artificial que funcione como realmente un humano.
La estructura del cerebro humano se puede reproducir con 20.000 terabytes de capacidad informática. Sin embargo, la complejidad biológica del cerebro también es un problema intratable en la actualidad. Porque se desconoce cuanta información procesará el cerebro humano a su máxima capacidad y por lo tanto se desconoce el tamaño de la memoria RAM, necesaria para que el cyber.brain la reproduzca.
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